domingo, 30 de mayo de 2010

Fin del siglo.

Estando fuera, la bulla es aún más fuerte.
El templo yace ahora bajo el cobijo del tiempo.
Escaleras que se funden al infinito.
Campanas que avisan los cambios movidas por los mismos.
Pocos los habitantes que continuan su labor, como pocos los sabios que continuan la busqueda.
Tantos que abandonan el camino y más los que nunca lo hayaron.
Ojos, labios, voces y mentes distintas unidas al anochecer.
Caen los valientes y se yerguen los cobardes.
Un mesías olvidado, solo en su camino. Bestias, aves, angeles y demonios le susurraron callar.
Calmar la alegría es cosa de bufones. Esparcir el dolor queda para los mesías hoy en día.
Abatidos sus estandartes, la sociedad clama por nuevos regímenes que le sometan.
Las horas retroceden, los minutos escapan y los segundos no serán primeros.
Las hojas caen o se llenan de historias.
La escoria es consumida por quienes la botaron. Se acumula y se digiere. Así muere.
La voz pronto habla. Pronto grita y se esparce. Pronto acallará el ruido.
Más allá de las nubes, brilla blanca la paz.
Luna suave y un manto de hermosura que me tira lejos de la tierra.
Crece la esperanza, se liman asperezas y se vence la pereza.
Crece hierba buena, crece.

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