miércoles, 6 de julio de 2016

Quiero, puedo, amo.

Si pudiera, me referiría a ti como me refiero a la fuente, a la deidad que habita en mi centro, porque así te siento, allí te siento, en mis ejes, en las profundas convicciones, en el deseo de transformación, en las ganas que me habitan por legar un mundo de colectivizados beneficios, de humanidad solidaria, de animales hermanados con un propósito común, la vida plena, el destino inefable de transmutación de energías.

Si pudiera, te hablaría susurrante al corazón, al centro tuyo, a tu divinidad, le conversaría sobre mis planes para soltarte, sobre mis contradichas emociones que me revientan la calma, estaría eternidades acurrucado en esa inmensidad que apenas he atestiguado, como astronauta navegando en tus vacíos, donde el camino directo es la curva, de tu sonrisa, de tu cadera.

Si pudiera dejaría de escribir pensándote, para no continuar este ejercicio que vacila entre placer y tortura, de saber que la emoción en mí es dulce, es amplia y gratificante, pero luego, la mente, con su incesante parloteo me pone los nervios de punta, me sugiere infamias, me dice que corra, que huya, que mi emoción es distinta a la tuya. Y aunque sé que eso es preciso lo que quiero, dudo y descalabro mis pensamientos.

Entonces puedo, dejar de escribir pensándote, y te siento. Muy dentro, otra vez, en mi centro, habita una esperanza que se desprende de nuestro encuentro, la de quien sabe su sendero, a la libertad, al trabajo consciente, a la entrega plena y la espera tranquila. Aquí y ahora, cosecho mis miedos que brotan cual cetas, en esta húmeda humanidad delirante, los consumo, me transforman.

Puedo entonces albergar mi confianza en la suave caricia del tiempo, que sentencia toda vida a la muerte, que determina todo dolor a su cese, toda verdad a su realización. 

Puedo entonces, porque quiero, porque amo.

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