miércoles, 19 de diciembre de 2012

Ya nada es fácil, y en verdad nunca lo fue. Ver llover en verano, en una ciudad que no te gusta, con dolor en el pecho y la lengua rota, es peor que no saber con qué llenar la página en blanco delante.

En absoluto creía resuelta mi existencia, pero en esencia, ser feliz era la única consecuencia de ser quién y cómo soy. Ahora mi saliva ya no sabe igual. El tiempo me extingue y quiero que él acabe, no el 21 de diciembre del 2012, sino ahora, que vuelvo a escribir unas líneas aquí.

Dulcinea está conmigo pero no sé hablarle. Los molinos de viento son más amigables que antes y el hedor de los campos podridos me sigue a todas partes. No he visto más a nobles caballeros, son todos extranjeros para este perdido caminante.

La locura se escapó, no fui yo, fue el peso de responderles a todos, a mí, a ti, a los que miran y escuchan. Sin intención, mi atención no es precisa. Por mucho que me baño sigo sucio, necesito una ducha contigo.

Si no estamos juntos caigo, mis pasos están débiles, más que los tuyos. Aún así lucho, por que quiero verte bien, verte sonreír y bailar, alcanzar el éxtasis mirando a tus perros mover la colita.

Pero parece que nada más queda por hacer, no sé expulsar esto de mí y tú no entiendes (ni debes hacerlo) que esto pesa en un alma como la mía. Tengo nudos, soy un tejido complejo.

Se nos va el tiempo, nos extingue, esta lluvia de verano nos mata.

Caminé por un río esperando limpiarme, aún espero ser otro y el río sigue haciendo barro.

Si esto acaba, cabaré un pozo, quiero beber agua profunda. Alimentaré mi huerto y volveré a verte otro día, resucitado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Que dices tú ah?